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LA OTRA VENTANA.-

27 Oct

Vivir en las afueras de la gran ciudad tiene ciertos inconvenientes, que comparando con las ventajas que da el silencio, la tranquilidad y el contacto con la naturaleza, hacen olvidar que el viaje hasta la oficina sea incómodo y molesto.

Toda la familia, incluidos los perros, disfrutamos de la vida al aire libre. El aroma de las flores, el colorido del verde mezclado con el cielo celeste, bañado por los rayos del sol, nos permiten cierta cuota de felicidad y alegría.

He tomado la costumbre de observar la vida de los pájaros, que suelen utilizar nuestro parque con frecuencia y con la seguridad de no ser molestados. Los perros ya se acostumbraron a verlos y no los corren más.

Honrando a Munro Fox y su libro La Personalidad de los Animales, con la llegada de la primavera, se incrementan las parejas y la creación de sus nidos. Allí depositarán sus huevos y nacerán sus crías.

Los frutales del parque han sido invadidos por nuestros plumosos nuevos amigos.

Solemos dejarles alimentos para alentarlos a quedarse entre nosotros. Pareciera que entienden y, ya, no nos temen. Abundantes gorjeos, silbidos y picoteos llenan los silencios.

Desde mi ventana, prismáticos en mano, los observo construir sus nidos trayendo ramitas y pasto seco.

Zorzales, torcazas, jilgueros, horneros, muchos gorriones, pocas palomas comunes, aprendí que se las llama asiáticas o bravías, y algún que otro pájaro carpintero, son habituales visitantes.

Atraen, mucho, mi atención, una pareja de Chingolos, chingolitos los llamo cariñosamente. Son muy pequeños y laboriosos. Ya han terminado su nido y la hembra lo limpia y lo reconstruye todo el tiempo.

Desde hace unos días ya no es tan movediza, creo que hay tres huevos en su nido.

Estoy tan entusiasmado, que los lunes y jueves, que es cuando asisto a mi oficina, no tengo ganas de ir para poder seguir los acontecimientos de mis chingolitos.

Cuando el macho se va, pasado cierto tiempo, la hembra lo llama con un piar entre lastimero y desesperado. Si es ella la que sale, el canto del macho, llamando, es hermoso y enérgico. Se necesitan mutuamente y ambos empollan según la necesidad. Protegen a sus huevos sin descanso.

Han pasado más de veinte días y ya escucho los píos de los pichones recién nacidos. Tanto el macho como la hembra, les dan de comer en el pico. Ya han pasado unos días y pude ver a los pequeños, feúchos, a medio emplumar.

El sábado a la noche el tiempo ha desmejorado. Lluvia y frío castigan nuestra primavera. Debimos encender la calefacción. Cada tanto esta pampa húmeda nos juega esta mala pasada. Heló y el domingo amaneció con un sol tenue y, todavía, había algo de escarcha en el césped.

Después de almorzar, tomé mis prismáticos para visitar a mis amigos chingolos.

Con preocupación no veía movimiento en el nido. Los pájaros estaban allí muy quietos.

Sigilosamente, evitando asustarlos, me acerqué.

Macho y hembra están con las alas desplegadas, uno al lado del otro, cubriendo todo el nido, protegiendo a sus crías. Enseguida percibí que los resguardaban del frío. Para mi ingrata sorpresa, ambos estaban muertos.

Los moví suavemente, debajo encontré a los pichones, que habían sobrevivido gracias al sacrificio de sus padres, quienes murieron por ellos.

Me invadió la tristeza y desazón. De inmediato reaccióné y llamé a Juanqui, mi amigo veterinario. Llegó prestamente y llevó a las crías a su consultorio, allí en la incubadora trataría de mantenerlos con vida.

El lunes, me pareció más triste que nunca. Fui a la oficina como un autómata. Ya instalado abrí la ventana, la otra ventana, enfrente hay unos containers de residuos. Dentro de los basureros vi a unos niños que buscaban algo para comer.

Pensé en los pájaros…y a ellos se los llama animales.

 

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